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martes, 30 de agosto de 2011

EXPLICANDO REFRANES





AL QUE QUIERA CELESTE QUE LE CUESTE

Quien anhela obtener algo muy valioso debe estar dispuesto a afrontar su precio, por alto que éste sea. El dicho y su moraleja guardan estrecha relación con un mineral, el lapislázuli, que se extrae de unos pocos lugares de Oriente. Con él se fabricaba un bellísimo color azul, muy resistente a la acción del tiempo, que por su procedencia fue llamado azul de ultramar. La gran rareza del lapislázuli y el alto costo de su transporte hicieron que su valor fuera comparable al del oro. Cuando los papas y los grandes señores del Renacimiento encargaban un cuadro, se estipulaba por contrato cuánta pintura de oro y cuánto azul de ultramar entrarían en la obra. Al mezclarse con blanco, ese precioso azul producía el celeste que originó la expresión. Pero existe también otra versión sobre ese origen, vinculada con la acepción religiosa de la palabra celeste, equivalente a celestial. En tal caso, serían los sacrificios realizados en la Tierra el precio de la gloria en el Cielo. Ambas versiones no se contradicen. Y ninguna de las dos deja duda de que cueste y celeste riman con muy justa razón.





OJO POR OJO DIENTE POR DIENTE

Esta frase, que consagra la venganza como un procedimiento jurídico, figura en dos de los 282 artículos del código sancionado por Hammurabi (1792-1750 a. C.), fundador del imperio babilónico. La menciona también el Antiguo Testamento al referirse a los actos de violencia. “Quien cometiere e delito", dice el texto bíblico, "pagará vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano y pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida y golpe por golpe". Cuando el agredido prefería que se lo compensara con dinero, tenía derecho a una suma, fijada de antemano de acuerdo con la gravedad del daño. Así, según la ley del talión del derecho romano, quien recibía una cachetada podía canjear ese golpe por un monto equivalente a 5 ó 6 dólares de hoy. El dicho, con frecuencia abreviado como “ojo por ojo”, no pasa en la actualidad de un modo de hablar. Un desahogo para el rencor. Y prueba de que la idea de devolver mal por mal es siempre tentadora. Pero ningún código moderno autoriza a desdentar o volver tuerto al ofensor.





LA CHANCHA Y LOS VEINTE

Expresión criolla que nació a fines del siglo pasado y fue popularizada por un sainete de la época así títulado. Denota a la persona codiciosa que, no conforme con la ganancia que le corresponde en un trato, se empeña en obtener mayores ventajas. Es condensación de otro dicho más largo, "el chancho, la chancha y mi los veinte lechones", que agrega al abuso una exageración: la cría de una cerda a través de su vida fértil rara vez llega a la veintena. Por concisión, la idea quedó abreviada en su forma actual: “Querer la chancha y los veinte…”. Pero a la picardía popular no le pareció suficiente. Eran tiempos del auge de los frigoríficos y de la explotación de todo lo que se pudiera sacar de un animal.
De modo que la frase se usa en locuciones tales como “Fulano pretende quedarse con la chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos". Ese agregado tecnológico eleva la rapacidad al colmo. Muestra el afán desaforado de quedarse con todo. Y con algo más, de ser posible.

DE PUNTA EN BLANCO




En los ejercicios para combate, los caballeros medievales empleaban armas de hierro ordinario que carecían de filo y llevaban en la punta un botón, como los floretes con que se aprende esgrima. Recibían el nombre de armas negras, en oposición a las que se usaban en los torneos, que eran de acero filoso y tenían el extremo afilado o, como se decía entonces, la punta en blanco. En esas lizas, los contendientes se presentaban ante el árbitro o maestro de armas acompañados de sus escuderos, quienes portaban los yelmos con sus penachos y los respectivos escudos. La gran pompa de esta ceremonia con música de fanfarrias y el espectáculo de las armaduras relucientes y los estandartes al viento quedaron asociados a la frase "estar de punta en blanco", que tomó el sentido de mostrarse con las mejores galas. Pasaron los tiempos feudales, pero el dicho subsiste. Sólo que ahora se aplica a cualquiera que luce impecablemente desde el peinado hasta los pies. Vestido de punta en blanco. Como para un torneo... de elegancia.










Cuando, inducido por otros, alguien hace justo lo que lo perjudica, suele decirse que ese individuo "ha pisado el palito". La frase vale se debe a una jaula-trampera que hasta no hace mucho se vendía en los comercios. Tenía una suerte de puertita o ventana rebatible provista de una barra corta o palito. Junto a ese apoyo se colocaba agua, lechuga y alpiste como cebo para que se posara algún pájaro suelto. Ni bien lo hacía, su peso ponía en acción un resorte que desplazaba rápidamente esa parte de la jaula dejando encerrada a la presa. José Gobello, por su parte, atribuye el dicho a los ladrones de gallinas. De noche, éstos metían una vara en el gallinero, el animal se agarraba al palo dejando así que los ladrones lo retiraran en silencio. Nada impide que ambas versiones se ajusten a la verdad. Al igual que las aves de corral y los pajaritos, nadie está libre de portarse incautamente. Y nunca falta gente de mala fe dispuesta a hacer que alguien pise en un descuido el palito de la ingenuidad.

SI LA MONTAÑA NO VIENE A MAHOMA…





Mahoma convenció a sus seguidores de que a una orden suya se le iba a acercar una montaña desde la cual predicaría. La muchedumbre se reunió; Mahoma llamó una y otra vez a la montaña y cuando ésta no se movió de su lugar, el profeta dijo sin abochornarse: "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña". Este texto no pertenece a ningún libro religioso ni procede de Oriente. Figura en los Ensayos de Sir Francis Bacon (1561-1626), filósofo inglés y canciller del reino, quien fue precursor del método experimental en la ciencia y uno de los más firmes adversarios del conocimiento dogmático y supersticioso de la Edad Medía.

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